El final siempre es el mismo (II)

Había encendido el portátil y apurado el zumo de naranja. Creía que iba a poder desarrollar lo que esas hojas perdidas y desordenadas pretendían decirme. En su momento pasé a una libreta un esquema de todo lo que contenían para poder hacerme a una idea, con la mejor letra que pude y aprovechando siempre la parte derecha del cuaderno que es donde escribo mejor ... y de nuevo el problema de la llamada dispersión, el problema del desvío de la atención me retrajo a mi infancia donde esa misma excusa la colaba para justificar mi desconcertante caligrafía 'sólo me sale bien en este lado de la carilla'. El avión empezaba a coger altura.

La noche que conocí a Cercandro, de los tres que empezamos sólo quedamos los dos al final, en El Cafetal. Era amigo de un amigo y por lo visto, aquella noche, no contaba nadie con él pero apareció. Él si lo tenía todo previsto. Intuí que se incorporaba directamente del gimnasio por la bolsa que traía y que no soltó en ningun instante. De eso me di cuenta cuando nos quedamos solos, antes, andaba más preocupado por el tercero en la reunión con quien tenía planeada una noche de aproximación directa al mundo de las pasiones orientales (o mediterráneas si se hubieran puesto a tiro) , y ese era H. Todo quedó en un sueño en forma de números de teléfonos porque apareció una ex novia a la que no le importaba recordar viejos tiempos, y ante eso, H. no pudo hacer nada, e hizo bien, sin las ataduras de un compromiso parecía que está vez podría volver a sentirse como antes. Y me quedé mirando a Cercandro que seguía fumando y esperando su oportunidad, o eso me parecía. Mi mente se centró en rebuscar en la base de datos neuronales lo que sabía de aquel tipo: nada. Lo que ponía la noche muy clara; o terminamos pronto porque se me había pasado algún detalle sobre las intenciones del colega y 'buscaba lo mismo que yo hubiera querido encontrar esa noche' o terminamos tarde si los dos descubríamos que nos hacía falta emborracharnos. Aún sin saber en que acera andaba, al rato, íbamos apurando el segundo Barceló con cola y estabamos pidiendo el primer Brugal.

Y hablamos de todo, de la falta de interés que despertaba en nosotros el sistema capitalista y la carencia de verdaderas libertades al estar el ser humano atrapado en un ciclón desde que nace, y me encantó su visión de como deberían funcionar los parlamentos y de la distribución de escaños, y de más cosas, y hasta coincidimos en reconocer el gusto y pasión por los pasos de misterio clásicos, de altos candelabros... cuando se disponía a rematar una explicación sobre la pérdida de la entidad del ciudadano ante el nacionalismo, o de como el paso del tiempo permite a las religiones envolver de mentiras y materialismo lo que era verdad y espiritualidad -me sonrío al recordar que la fregona del camarero nos estaba echando a la Gran Plaza- tuvimos que cortar de tajo. Ciertamente hablé poco, me dejé llevar por ese hasta ahora desconocido ímpetu de mi interlocutor y sin duda me estaba inundando una realidad ¿dónde había vivido yo hasta ahora? ¿es qué no había dedicado ni un minuto a pensar en lo que me rodeaba? ¿y quería llegar a ser alguien en la comunicación? no sabía nada, y lo peor, no me había preocupado por saber que había algo.
En la conversación había dejado caer varias veces anécdotas sobre él, sobre alguien a quien quiso entrevistar para un revista que se edita a ambos lados del Guadiana extremeño pero que sólo pudo conocer fugazmente al desaparecer tras una procesión de niños -una cruz de Mayo- cuando llevaban pocos minutos de charla. Todo lo que conoció de él fue por las cartas quese intercambiaron, largas cartas envueltas de prosa contundente que hacía mantener en tensión cada párrafo, cada historia, cada una de sus verdades, y sin embargo al leerlas en voz alta se respiraba magia, y cuando quise dejarle mi número, porque quería volver a verlo, volver a hablar con él otra noche, me dijo 'no habrá más noches, coge esto', y abrió la bolsa de deportes, sacó una carpeta rebosante de papeles, carpeta azul de gomillas, preñada de cartones, de papeles, era lo que había de Grabié, ahí estaba, me lo daba. 'Nunca publiques nada literalmente, con esa condición que es tu palabra, puedes hablar de todo, aprovecha lo que te doy, puedes aprender mucho y sacarle partido. Cuenta su vida, hazte contador de historias'. Y se fue.

Empezó a llover. Corrí hacia el coche, lo abrí, me metí dentro, abrí la guantera del Fiat Uno y metí la carpeta azul con gomillas, su aspereza me recordaba a los tiempos del colegio. Busqué la ruedecilla del sillón, la de echarlo hacía atrás, giré, giré y me acoplé a los muelles como pude para quedarme dormido. Borracho quizás pero asustado seguro.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada mañana que me lo puedo permitir, después de dejar a los niños en el "cole", empiza mi pequeño ritual: pongo musica de J. S. Bach y leo algo interesante o abro el ordenador para leer tu blog (ya casi forma parte de ese ritual). Hoy me ha encantado el relato; sencillo, facil de entender y cercano; me ha hecho recordar con cariño a tantas personas que han pasado por mi vida de esa forma. Gracias.

Saludos

Rosa

Reyes dijo...

El cafetal... andamos más cerca de lo que crees.
Estpendo relato Antonio.
Y cierto, el momento diario de encontrarse con el ordenador, no tiene nombre.

La gata Roma dijo...

“Amores de barra”, y las comillas no son porque sea el título de tan pastelosa canción, no, no, no… es por todos esos y esas, no exactamente amores, pero esa gente a pié de barra, tan sumamente interesante, que los querrías en tu vida, y no puede ser, no funciona así; tienen que irse, como El Principito se fue, dejando al piloto con una historia que contar. A veces nos dejan historias mediocres, por eso, siéntete orgulloso, a ti te tocó uno de los buenos, con calidad.
Me ha encantado.
Kisses miles amigo, eres muy grande.

pati dijo...

Pues sí, está claro que te sale bien en ese lado de la carilla...

;)

Contador de historias. Podríamos decir que esa es tu profesión, ¿verdad?

Un saludo, Antonio :)

panterablanca dijo...

Hay personas que nos marcan a fuego, para siempre...
Besos selváticos.

Verdial dijo...

Todos hemos tenido alguna vez a alguien así en nuestra vida. No se olvida, e incluso pienso que casa vez que se recuerda aprendemos una nueva lección.

Un abrazo

Juan Duque Oliva dijo...

Ese encuentro en cualquier lado de la acera son de los que hacen inolvidable un día.

Lo que hace magistral este encuentro es como lo has contado, seguro que ha sido por como has seguido los consejos que te dió al entregarte esa carpeta, no siendo nada literal lo que hace que nosotros podamos sentir desde el olor del gimnasio hasta la imposibilidad de conducir a causa de las copas de más.

Gran relato para volver a cruzar las calles de Sevilla.

Un abrazo Antonio