Viviréis.

Era el mes de Mayo. Las dos de la tarde. La calor apretaba y tocaba ya hacer una parada para refrescarse. No quedaba agua en el búcaro. Ni había  nada que se le pareciera. Y si no se para para beber no se para que tiempo parado es tiempo perdido. Al caer la noche allí mismo se echaban. O se caían rendidos. Las mantas que hubieran podido traer del camión ya  lejos e inalcanzable o la propia tierra incluso a algunos les servía de fuente de calor. Casi que ya eran piedra, mimetizados con el paisaje. Algunos metían las manos en los bolsillos y masticaban granos de arroz mezclados con la propia tierra que movían. Sacaban la tierra a palazos para desplazarla varios metros donde la  dejaban para enterrarla de nuevo. Y los tres se acordaban de las frases del juez que les libró de la pena de muerte. Viviréis para veros morir. No queremos vuestro esfuerzo para construir. Viviréis para veros morir vosotros mismos. El sufrimiento llegaba ya a su fin. Y sin atisbos de arrepentimiento. Siempre era Mayo en Laguna Seca, en aquel desierto tenebroso.

 

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